
Umbilicus
Umbilicus
Todos tenemos uno. Todos menos AH que odiaba tanto a las mujeres que hizo que le borrasen el suyo para no tener que recordar a diario que había nacido de una madre, memoria que le producía sumo sufrimiento. En realidad tuvieron que arreglarle con cirugía una hernia que borró el cráter oblongo de su enorme panza. Lo cierto es que el odio se tornaba en deseo e inseguridad cada vez que una hembra apetecible se le ponía a tiro de cámara. La sensación patológica de ser rechazado por un ángel le atormentaba. Mejor jugar a ser dios. Mejor no tener ombligo al que sentirse atado.
Todos tenemos uno. Todos, incluso una sombra asesinada. Una bala perdida rasga el aire atravesando a la sombra que confiada se proyectaba desde la base de aquel o aquello que la poseía. El proyectil le hace un lunar, orada una mirilla sobre el negro uniforme de su existencia, dibuja una circunferencia perfecta en su tejido de ausencia y la luz se cuela y proyecta afilada hasta el infinito. La sombra no sangra, pero desaparece convertida en luz. Fin.
Todos tenemos uno. Todos diferentes y, aun así, todos reductibles a una sencilla clasificación: Agujero o nudo. Más o menos profundo, más o menos esférico, más o menos prominente. Y, al igual que el capricho de nuestro ombligo al nacer y cobrar forma exclusiva, rúbrica indeleble de nuestra madre si no eres AH, hay cuestiones en nuestras vidas que nos ponen, de un lado o de su opuesto. Una de dos, agujero o nudo.
“Verás, el mundo se divide en dos categorías, los que tienen revolver cargado y los que cavan. Tú cavas”. –decía Blondie en El Bueno, el Feo y el Malo.
Están aquellos que creen en los ángeles y los que niegan su existencia.
Hay a quienes les gusta el pico de la barra de pan y a los que no. A los que les gusta comer un plátano a mordiscos y los que utilizan un cuchillo para rebanarlo. Los que dejan que el café se quede helado y los que se abrasan la lengua antes de permitir que se enfríe. Luego está el coco, un fruto que nunca será de medias tintas, o lo adoras o lo desprecias toda la vida.
Están los que leen el periódico desde la contraportada y los que escogen la primera plana.
Los que compran pijamas de diseño y los que prefieren una camiseta desgastada para dormir.
Están los que coleccionan mariposas clavándolas sobre un lienzo y los que no matarían ni a una mosca.
Y luego están, por supuesto, los que despeluchan los cepillos de dientes y los que se deshacen de ellos en perfecto estado. Solo depende de los secretos que sus propietarios guarden y de lo hábiles que sean ocultándolos.
La lista que nos convierte en perfectos opuestos se podría hacer eterna y cada vez más singular pero hay una clasificación, sin duda la más personal, que me inquieta más que todas las demás:
-Existen los seres –escasísimos- que saben tocar un Stradivarius y luego está el resto. Cuatro cuerdas que separan a un genio del ruido. En las raras y contadas ocasiones que he escuchado uno, mi ombligo se convierte en el vórtice de un torbellino imparable. Reducida a ser solo un ombligo, girando en espiral hasta que la música cesa.
patricia
24 septiembre, 2015 at 9:35 pmThank you for reading it!