Y llegó Violette.
Llegó Violette. Aparté mis lápices infantiles, mis hojas garrapateadas y pasto de cajón, para enfrentarme a la tinta china indeleble sobre el papel blanco. Mi madre, que nada otorga y todo lo da, me compró un cuaderno. Cuarenta láminas de 35x50cm. y 240gr. de grosor para técnicas mixtas. Me regaló cuarenta silencios níveos. Y con aquel ejército de hojas llegó un mensaje que ella nunca emitió aunque mis receptores nerviosos lo percibieron con precisión corpórea: —¡Hazlo! —¡Y hazlo bien! —¡No te defraudes, no decepciones! Así me interpela habitualmente el ego, aunque invoque la voz de mi madre.
L´homme semence llegó a caballo del eco de un diálogo con Phil Camino. El clásico libro francés había sido traducido al español en Chile y fue titulado El hombre semen. Nos dio la risa. No reflejaba la delicadeza de quien lo escribió. Lo cierto es que decidimos el nuevo título antes siquiera de negociar con la familia de Violette la publicación del libro en España.
Entonces leímos en profundidad El hombre simiente; Phil el texto original en su lengua materna, yo la traducción de la edición chilena y ambas caímos rendidas ante la entereza y la pasión de las breves palabras de Violette. Atemporales.
Es difícil para una pequeña editorial como la nuestra optar a una traducción de una obra que ha suscitado tanto interés en su país de origen como en otros lugares. Más si, como pretendimos desde el comienzo, queríamos hacer una edición especial e ilustrada. Traducción y dibujos debían pasar previamente el filtro de la atenta mirada de Vito, el agente literario que gestiona los derechos internacionales de la obra y, pasado ese primer corte, la oferta tenía que ser aprobada por la familia de Violette.
Que la traducción la mimaría Phil Camino tenía una lógica aplastante. Española y francesa. Escritora, editora, traductora nativa, quien si no ella iba a plasmar en castellano la belleza de aquellas palabras de principios del siglo XX.
Pero, ¿quién iba a encargarse de las ilustraciones? —Tenía que ser una mujer que captara lo esencialmente femenino y también la dualidad con lo viril. Masculinidad primero ausente y luego materializada en el deseo, la sexualidad y la fertilidad, cosidos a la llegada del primer hombre al valle.
Desde ese momento de conjeturas junto a la mesa de Phil llena de papeles, y hasta el compromiso de encargarme de los dibujos, todo se vuelve borroso y no sé en que momento dije que sí y firmé —con sensación diletante— el primer contrato de ilustradora.
Lo logramos. Lo hicimos con la facilidad con la que a veces suceden las empresas que se llevan a cabo con osadía. Sellamos el contrato de traducción con Vito y entonces, el agujero blanco en forma del cuaderno que me regaló mi madre, se abrió ante mí ocasionándome vértigo y rigidez de cuello. El papel se volvió un espejo y yo apenas podía soportar su reflejo.
Leí mil veces y traté de llegar a Violette a través de sus palabras incluso en sueños. Quería imaginarla. Ya lo habían hecho otros puesto que la obra fue llevada al cine. Pero la Violette que yo veía, incluso en mis propias pupilas dilatadas por la excitación y el riesgo de equivocarme era distinta. Volví a leer sus palabras originales y su versión traducida, hasta que por fin, aquellas delgadas líneas que provenían del pasado fueron convirtiéndose en trazos nerviosos sobre el papel bajo la acción de mi mano.
Quería algo inconcluso, algo permeable al tiempo, casi inconspicuo y sobre todo efímero. Quise el trazo grueso y contundente de la tinta china como las arterias que les cercenaron a los hombres, pero quise también la capilaridad sutil y multiplicada del grafito, como las manos de la mujeres que sostuvieron en pie al pueblo y a los hijos. Quise el rojo, el de la sangre derramada de ellos y bebida por la tierra, el de la sangre sin fertilizar de ellas, también derramada en vano y el rojo de la pasión, la sangre latiendo fuerte en los órganos sexuales por el deseo, el de antes, el de hoy y el de mañana. Todos en las palabras de Violette. La pulsión erótica y la muerte se mueven sobre la tierra con forma de hélice —muy rápido— al punto de ser difícil discernir dónde empiezan y acaban una y otra. Observé cuerpos y venas. Observé la tierra seca y las raíces muertas. Observé distintas líneas de horizonte; y todo lo reproduje al amparo de las letras de Violette.
Sin embargo, lo único que no pude retratar fue el azogue en los ojos de Violette. Y ahí el misterio. Ahí la pena y mi decepción.
A Violette, ángel reciente de mi desvelo creativo.
Maria Luisa
22 abril, 2019 at 6:36 amGracias por compartir tu mundo!
patricia
4 mayo, 2019 at 3:32 pmGracias a ti. Sois muchas las personas que lo alimentáis de una u otra forma maravillosa. A veces, un fragmento de tela puede convertirse en un abrazo si está escogido y cosido con cariño 😉