Nací el 31 de mayo de 1974. Crecí feliz, creyendo en una búsqueda perpetua a través de la expresión artística y cultural como única forma de realización y transformación. Dibujé, escribí, bailé y fotografié desde niña. También viajé joven, cuando los ojos todavía conservan la capacidad de asombro ante el mundo. Me formé en Comunicación y Humanidades y, aunque mis pasiones siguen siendo multidisciplinares, la palabra escrita y el libro se han apoderado de mis horas profesionales y mis ratos de ocio. La literatura es ya, irremediablemente, un miembro más de mi familia.
Desde 1998 trabajo involucrada en el mundo del libro y ya no creo que fuera capaz de dedicarme a otra cosa que no fuera (y rindo homenaje a un título de Zoé Valdés, una de las autoras que me llenaron la cabeza de pájaros y letras) a traficar con la belleza de la literatura. Creo tanto en la palabra impresa que me gusta conferirle ciertas características mágicas. Al menos, así la siento yo.
No recuerdo ni un solo día de mi vida en el que no haya trazado alguna palabra sobre un papel (lo reconozco, me gustan el papel y la tinta casi tanto como el chocolate). Y me gusta pensar que algún día seré lo que escribo hoy. Y mañana. Y el resto de mi vida.
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Apasionada de la cultura, me interesan todas las disciplinas relacionadas con la comunicación y la expresión escrita.
Después de publicar varios artículos y un par de libros, todos relacionados con el arte, la cultura y la literatura, quiero dedicar mi carrera profesional al mundo editorial, como escritora, redactora o editora de contenidos digitales en prensa, blogs y/o webs corporativos.
Si tuviera que imaginarme a mi niña interior siendo feliz en una imagen, la foto es ésta; lleva mucho tiempo acompañando mis ratos sentada frente al ordenador y sin duda el nombre con que la bauticé dice todo cuanto significa: Escapismo.
Siempre hay un primer libro en la biblioteca interior de cada uno.
No el que primero se lee pero sí el primero que te inicia. El mío es uno de la serie naranja de Barco de Vapor, Un agujero en la alambrada. No recuerdo la edad en la que lo leí pero recuerdo perfectamente la escena en la sala de estar de mi casa, sentada junto a la ventana, una mañana que no había colegio. Estaba sentada en una butaca de madera, tapizada de pana color miel, con las piernas recogidas sobre el asiento, recostada de medio lado. Sin duda, tendría que ser muy jovencita porque la postura que recuerdo no es precisamente cómoda y, de haber sido algo mayor, no habría cabido en la superficie de la butaca y el entumecimiento hubiera sido interesante. Pero no recuerdo sino leer el libro de un tirón en aquella postura sin moverme ni un ápice…
Después vinieron muchos más atracones literarios, algunos muy recientes y otros muy intensos pero aquel fue sin duda el que marcó singularmente las líneas de mi mano.

Soy feliz entre libros. Muy feliz.
Y no hablo ya de mi trayectoria profesional como editora, comercial o librera que me han enseñado la cara y la cruz, las luces y sombras de esta industria a la que a mi me gusta seguir llamando oficio.
Tampoco hablo de mi mesilla de noche sobre la que la pila de libros compite en altura con el armario.
Hablo de esas veces, de esos libros que han obrado el milagro de serenarme, de traducir la vida para mi, haciéndola más llevadera. Libros que me han hecho huir cuando lo he necesitado, libros que me han hecho quedarme cuando era necesario el sentido común.
¿No es eso el escapismo?